En un viejo bosque, donde lo nuevo no existe, hace tiempo que se paro el tiempo y con él, los sueños poco a poco fueron menos. Nadie en ese bosque es nuevo o joven. El tiempo se a parado, y con él, el mundo entero.
La señora del bosque, amante de la naturaleza era la reina soberana de la tierra, gobernaba aquel país con sabiduría. Está, se decía que era más antigua que la vida, más sabia que el bosque. Sus ojos habían vislumbrado desde los más terribles sucesos hasta los más hermosos acontecimientos. Era sabia, poderosa, respetada por sus súbditos y temida por sus enemigos.
Pero la hermosa reina tenia un secreto, un secreto prohibido...anhelaba un hijo.
La sabia reina deseaba ser madre, pero se le estaba prohibido. Su deseo era la manzana de oro que no debía anhelar o tocar, solo podía ver y contemplar, lo que al mundo en sí le iba a pasar, ella no debía interferir. Un hijo solo la distraería de sus obligaciones, dictamino el tiempo.
Y ella, que tenía un sueño, poco a poco con el se fue desvaneciendo.
Los bosques del mundo, fértiles y placenteros, se fueron muriendo, el agua por siempre pura, desapareció y se contamino, el mundo se volvió un desierto. La reina ya no deseaba vivir más si eso consistía en desaparecer junto con la soledad.
Sentada en el trono te marchitas vieja flor, lo que antaño se creía eterno, poco a poco se va desvaneciendo. ¿Quién dijo que el tiempo era compasivo o comprensivo?
Y desde allí, sentada en su triste trono de oro y plata, maldijo al tiempo en silencio. Noche tras noche la reina pasaba en silencio poco a poco los días, cada vez con más arrugas que ayer, lo que el tiempo había parado por siempre y vuelto inmortal lentamente se iba desvaneciendo, la soledad la torturaba lentamente por dentro, comiéndosela como si de una plaga se tratase, que hundiendo sus dientes en aquel dolorido corazón lo hacia pedazos.
La soledad la embargaba ya, “Pronto”, supuso,”la muerte me vendrá a buscar”. Y con aquel último pensamiento, ordeno a sus sirvientas que marcharan y que la dejaran a solas...solo, quería pasar sus últimos minutos irremediablemente sola. Y cuando las puertas se hubieron cerrado, una gota recorrió su sonrojada mejilla, y tras esta, muchas más acudieron a su llanto, a su triste y solitario llanto.
El reloj de la gran y extensa sala dio la medianoche, y tras el último toque, la muerte apareció.
- ¿Hasta que punto haz llegado reina y soberana de la naturaleza, solo para cumplir un absurdo sueño? - le reprocho en cara la muerte - ¿Es que acaso no te importa lo que le pueda suceder al mundo si sigues así?, todavía tienes tiempo, ¡arrepiéntete de tu pecado!, ¡pide perdón al tiempo por tu absurdo comportamiento!, y todo volverá a ser como antes. Solo tienes que decir que nunca más volverás a soñar.
- Nunca – susurro la reina entre sollozos mientras que poco a poco se levantaba de su asiento – nunca...
- Eso es, arrepiéntete de tus pecados, y no tendré por que matarte – dijo la muerte con satisfacción.
- Nunca...¡NUNCA RENUNCIARE A MIS SUEÑOS!- grito la reina sin disimulo alguno. - Nunca...nunca renunciare a soñar, ¡no!, ¡no dejaré de soñar nunca!, y si por soñar, y si por tener un sueño he de morir...que así sea. ¡Por que no pienso renunciar a mis sueños aunque me muera¡ - y con este ultimo grito un oscuro y tenso silencio se hizo en la sala.
- Que así sea.
Y diciendo esto, una daga de plata atravesó el vientre de la reina, y esta cayo en el suelo mientras se desangraba cada vez más y más y aunque sabia que aquella daga se estaba llevando consigo su último suspiro, no tubo miedo, no lloro, ni se lamento...si no que en vez de esto, poco a poco se fue levantando pero fue inútil, y se derrumbo, pero no se rindió tan fácilmente, y aunque savia que estaba al borde de la muerte, no le importo.
- ¿Todavía sigues viva? - susurro la muerte con un atisbo de sorpresa. Pero ella no le contesto solo se limito a mirarlo a los ojos, a unos oscuros y fríos ojos negros.
- Nunca, dejaré de soñar – y con estas últimas palabras se derrumbo en el suelo como pluma inerte, y esta vez...para siempre.