“¿Tienes miedo?”, me pregunto, y lo único que supe contestar fue un “Si” trémulo y silencioso, lleno de terror que aquella situación me provocaba. Ante mi se extendía un niño, ¿cuantos años tendría?, ¿3, 4...?. Sin duda 4 o 5 años menos que yo. Aquel hombre, del que no sabia ni el nombre. Cogió mi mano, que temblaba por los nervios y me quito la navaja, susurrándome al oído:
“Los cobardes sois escoria, no servís para nada”, rodeo mis manos con aquella gruesa cuerda y me arrastro por aquel largo pasillo por las que tantas veces me había arrastrado y llevado durante aquellas semanas. Un pasillo con destino a mi prisión. Chille todo lo que pude, patalee, le suplique...hice todo lo que podía pero aun así, no me escucho y de un empujón me tiro contra la pared de aquella oscura habitación.
“Quizás unos cuantos días más aquí, te hagan recapacitar sobre tus opciones” Y diciendo esto, cerro la puerta.
Había sentido tanto miedo durante aquellas semanas, que ni me percate de que mis ojos ya no lloraban. No sentía nada, mi corazón, mis pulmones, mi estomago vació, mi garganta reseca...Todo, se había parado. ¿Existía el aire?, no lo se, ya no se ni siquiera lo que es la brisa. ¿El sol?, no, aquí no existía el sol. Solo había oscuridad, solo densa y oscura soledad.
Nada más, solo yo y la oscuridad.
Una semana después volvió a buscarme de nuevo, me ato las manos y condujo por el estrecho pasillo hasta llegar de nuevo a aquella sala.
El mismo niño, la misma navaja, las mismas palabras de odio y burla...Pero yo, ya no era la misma.
Un agudo chillido resonó por todo el edificio.
Ahora todas las paredes estaban teñidas de sangre.
Ahora ya no se burlaba de mi, ahora me alababa.
Ahora yo ya no sentía mi corazón.
¿Y ahora?, ¿a donde iré ahora, cuando ya mi cuerpo deje manar sangre?.
¿Ahora, cuando mi corazón deje de latir por siempre?.
¿Ahora, a donde iré?